jueves, 11 de agosto de 2016

Epifanía

Ávidos por salir de la monotonía -la infancia lo exige-, con mi primo y un amigo subimos a nuestras bicicletas y fuimos inmediatamente a la cava municipal. Un gran pozo de algunas hectáreas de superficie y zonas de diez metros de profundidad, ubicado en las afueras del pueblo. De ella se extraía tierra para distintos requerimientos.
El comentario que nos había llegado decía que una excavadora se había topado con los huesos de un gliptodonte por accidente, extrayendo tierra para el terraplén de un camino.
Tuvimos que recorrer la honda superficie irregular un buen rato hasta que dimos con algunos de sus restos. Seguramente el conductor de la máquina había detenido su trabajo al toparse con los huesos de semejante bestia. Pensar que su largo sobrepasaba los tres metros, bastó para imaginarnos el encuentro de dos criaturas de porte similar y miles de años de diferencia.
En una superficie de tres o cuatro metros cuadrados se esparcían placas óseas de más de cinco centímetros de espesor, con sus característicos patrones ornamentados en relieve. Parecidos a jeroglíficos naturales, estuvimos hechizados un largo rato, queriendo descifrar algún mensaje secreto en ellos. El caparazón que conformaban debió ofrecer blindaje ante distintos peligros. Hubiera jurado haberlo visto desplazarse por la pampa como un armadillo gigante.
Nos retiramos del lugar, magnetizados por la epifanía de la que habíamos sido testigos.

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