La novela breve “Ciégate para siempre” del escritor saladillense Bernabé de Vinsenci puede interpretarse como una interrogación literaria sobre los diagnósticos psi. Esas tecnologías de la salud mental de nuestras subjetividades maltrechas por los efectos corrosivos del discurso capitalista. En un mundo post-político donde los diagnósticos psiquiátricos y psicoanalíticos pueden ser una tabla de salvación.
A través del uso de la segunda persona del singular el relato plantea un careo permanente con el otro que somos (Rimbaud). Sos esto, sos lo otro (“un canalla buscando su madre ausente en otras mujeres”). Voz impiadosa y acosadora del yo al tú, que no da respiro. En una tensión en donde el narrador busca saber quién es a partir de saber a quién le habla (¿acaso es otra cosa el acto de narrar?) el lector queda en el centro de esta encrucijada. Ahí encuentro el principal atractivo de la novela.
También es un drama sobre qué es una familia. ¿Es ese dispositivo judeocristiano que favorece la reproducción biológica o es la comunidad que se arma en torno a tener algo en común con otros, sin importar los parentescos?
El relato va y viene, desde el presente de la internación del protagonista en un hospital general por motivos de salud mental al pasado donde se escenifican los mitos originarios de su infancia; cocinados con el fuego de la violencia familiar, la enfermedad mental, la cara sórdida de la sexualidad, la angustia existencial.
Como si sobrevivir a la familia de origen fuese posible gracias a poder metaforizar lo más oscuro que nos pare. Una madre que “viola” a su hijo paseando por todas las instituciones del pueblo con la certeza -delirante- de que su hijo ha sido ultrajado sexualmente, o un padre que intenta ahorcar a su hijo.
En el título de la novela, que cita un poema de Paul Celan, resuena la mitología trágica de un Edipo que se arranca los ojos como exceso de su historia. Un hijo atrapado en “la danza de dos palabras”: leemos en la novela un debate entre lo heredado del padre y lo heredado de la madre en una enfermedad mental, patrimonio al fin.
La esquizofrenia, cual una maldición de Cam, se plantea para el protagonista como un nombre al cual aferrarse, un último refugio ¿ Acaso hay alguno que nos proteja de nuestras propias sombras?
“Tom´s Diner” es una canción
escrita por la cantante y compositora estadounidense Suzanne Vega (*),
publicada en su segundo disco de estudio “Solitude standing” (1987).
La
versión famosa es un remix autorizado por la cantante, realizado por dos -por
entonces- pibes productores de música inglesa (DNA) quienes cambiaron la
velocidad de la melodía original y agregaron una base (entre dance y hip hop),
con unos sobrios arreglos tipo acid jazz que sellaron el inconfundible hit. Quien escuche la canción se dará cuenta que forma parte
del bagaje biográfico-musical de todos los que atravesamos los ´80 en uso de
razón.
Pero
no fue sino hasta que supe que la versión conocida no era la original que la
canción terminó de hechizarme. La versión de estudio está cantada por Suzanne a
capela, despojada de toda instrumentación su voz está al desnudo, sólo
acompañada por el famoso tarareo final. Casi como si fuese una plegaria
solitaria, un ensayo íntimo interpretado por su cautivante voz, la canción abre
el disco.
La
letra de la canción es simple en apariencia, pero con varias capas. Con gran
síntesis el relato genera una especie de plano secuencia poético que narra las
escenas de un bar-restaurant de Nueva York (Tom´s Restaurant) desde la
perspectiva de la protagonista quien -no sin cierto pudor- se deja llevar por
la atenta observación de las escenas de las que es testigo. El juego de la
narradora nos hace creer que habla del presente cuando en realidad está
hablando de otra escena, ya pasada. Y no es si no hasta el final de la canción
que aparece la escena de un pic nic con un partenaire cuya voz recuerda con un
aura de ensueño romántico. Las dos escenas están unidas por el hilo invisible
de la lluvia y las campanas de una catedral, como telón de fondo. Como una
especie de breve coda, el final de la canción se lo lleva el bello y distintivo
tarareo.
Ella
comentó en algún reportaje que para la versión a capela se inspiró en el clima
punk/new wave de la época para decidir cantar despojada de toda
instrumentación. Como un gesto de rebeldía o rupturista. Lo cierto es que logró
que la industria comenzara a prestarle atención a una cantante folk
pop autora de canciones de profundidad poética y empatía social,
fuera de las tendencias de la moda del momento.
En
1991, dada la cantidad de reversiones que hicieron otros músicos, Vega publicó
un disco compilandolas en “Tom´s Album”. Muchos cantantes de hip-hop samplearon fragmentos de la
canción, e incluso hay una versión del compositor italiano de música
electrónica Giorgio Moroder, interpretada por Britney Spears.
Como si esto fuera poco, esta canción tiene otra capa
de historia más, y es que sobre esta canción los ingenieros de sonido creadores
del MP3, el formato que le puso fecha de vencimiento al CD, perfeccionaron el
formato por la limpidez de la voz y la dificultad de comprimir el sonido sin
que se perciba una afectación en su calidad. Por este motivo a Suzanne Vega se
la llama “la madre del MP3”.
La
canción es bella porque rezuma melancolía sin ser triste. Como quien va subido
a su rutina y de repente se encuentra con un detalle que le hace evocar un
momento, una escena, una secuencia guardada en la memoria, pero que finalmente,
luego de atravesarla, puede continuar con el tarareo de su vida.
Versión a capela (subtitulada)
Versión remixada
La cena de Tom
Estoy sentada en la mañana
en el restaurante de la esquina
estoy esperando en el mostrador
para que el hombre sirva el café.
y lo llena solo hasta la mitad.
y antes incluso de que llegue a discutir
él ya esta mirando por la ventana
a alguien que entra
Siempre es agradable verte
dice el hombre detrás del mostrador
a la mujer que ha entrado
ella está sacudiendo su paraguas.
Y miro para otro lado
mientras se besan
y estoy fingiendo no verlos
en lugar de eso sirvo la leche
Abro el periódico
hay una historia de un actor
que había muerto mientras bebía.
No era nadie de quien había oído hablar.
Y estoy recurriendo al horóscopo
y buscando los chistes
cuando siento que alguien me mira
y entonces levanto la cabeza
hay una mujer afuera
mirando adentro, ¿me ve?
No, ella realmente no me ve.
Porque ella ve su propio reflejo
y estoy tratando de no darme cuenta
que ella se está subiendo la falda
y mientras se alisa las medias
su cabello se ha mojado
Oh, esta lluvia, seguirá
a través de la mañana mientras estoy escuchando
a las campanas de la catedral.
Estoy pensando en tu voz
Y en el picnic de medianoche
que tuvo lugar alguna vez
antes de que comenzara la lluvia
termino mi café
Y es hora de tomar el tren.
(*) Suzanne Vega, cantante y compositora estadounidense, nacida
en Santa Mónica (California). Criada por su madre y su padrastro portorriqueño
(de quien tomó el apellido). Desde los dos años vivió en Nueva York, en el
Haarlem hispano donde aprendió español desde pequeña. Desde 1985 publicó 9
discos en su carrera, el último de los cuales (2016) gira en torno a la obra de
la escritora Carson McCullers.
En "Postales anacrónicas" -segundo libro de poemas de Leandro López - asistimos a la crónica poética de un mundo en donde sólo quedan los restos de un paraíso perdido, que sólo pesa en las espaldas de las criaturas descartadas, en donde sólo "una excusa barata" puede sostener la existencia.
Al modo de las diatribas lautremontianas contra un Dios lascivo y demasiado humano la lírica de Leandro López avanza.
Criaturas sin nada que perder y pulsiones ingobernables, entrópicas, que se resisten a consentir cualquier burocracia ontológica: "Hágase la nada!", dice una voz supernumeraria en el apartado "Sin rumbo".
"Llueve sobre la memoria de la lluvia", nos dice Leandro con resonancias que nos llevan al mundo distópico, postapocalíptico en el que vivimos. Como si el fin ya hubiese tenido lugar, al decir de César Cantoni.
Con la valentía de quien se reconoce en el perro sarnoso, el mendigo, el árbol condenado, la anciana resentida, allí donde se resume el corazón ético de la poesía: cuestionar el lenguaje convencional.
El fraseo de L.Lopez con su sucesión de imágenes pone en trance la conciencia, suspende el sentido último, la apoyatura en lo real, y nos introduce en una dimensión onírica donde soñamos el sueño del poeta, sumergidos en una especie de delirium poético liberador de nuestras esclavas ataduras al cuerpo, esa excrecencia del símbolo.
El poeta platense Leandro López en su sexto libro Kurt Cobain el hombre que tomó el desvío emprende una exégesis poética de esa voz que marcó una generación, la de Kurt Cobain.
Leandro indaga esa desmesura que parecía venir de la garganta del más allá, de una búsqueda de exorcizar un tormento interior ("cuando el adentro exige afuera", diría Leandro). Esa "boca del infinito" que parecía abismar a Kurt, y terminó por devorarlo.
Desde su diario de condenado Kurt Cobain nos grita su temporada en el infierno neoliberal, donde el altar capitalista sólo entroniza a las mercancías. De ahí que lo excluido, lo rechazado funge como su envés: "Ser lo que nadie quiere ser, despojo, barranco, lata abollada. ¿Existe dignidad mayor?", escribe Leandro.
Pero la del autor no es una exégesis poética que pretenda comprender y volver soportable la disrupción cultural que género Cobain con su "íntimo e intransferible apocalipsis". El libro de Leandro López habla desde ese mismo vórtice donde las palabras raspan como piedras en busca de su sonido original ("legado de un dolor impar").
Como un río turbio el fraseo de Leandro nos envuelve con imágenes inquietantes. A veces sórdidas, a veces lúgubres. De una belleza que no nos ahorra encontrarnos con la orfandad de la desesperación ("hacer de la cornisa tierra firme").
Como en otros de sus libros (ver Mitología de la noche) su cuidada escritura nos abre a un mundo de criaturas poéticas impensadas.
Leandro López en cada frase cifra un universo inabarcable que bastaría para llegar al corazón del lenguaje: su silencio atronador. Con "el nombre de su yunque" da martillazos que iluminan ese infierno tan temido que es el infinito.
En la línea de los poetas malditos, la voz de Leandro López como la de Kurt Cobain iluminan con oscuridad.
Atreviéndose con la poesía a los confines donde el lenguaje no llega, esos "precipicios donde se extravía todo nombre".
Kurt Cobain el hombre que tomó el desvío Leandro López Proyecto Hybris Ediciones
El poeta platense Andrés Szychowski en "Singapur" -su quinto libro- nos
introduce en un laboratorio poético con el que desarma la caja negra del
lenguaje. Como un científico brillante/prueba su máquina/ de teletransportación,
Andrés nos invita de entrada a un universo patafísico donde el tiempo es
reversible y la geografía -como el pensamiento- se resuelve en conexiones
inesperadas y sorprendentes: ...nuestro pensamiento/también es una matriz, como
las telas de araña:/una tela que se expande/a todos los rincones del universo.
A
través de sus páginas sufrimos el bello desconcierto (te consulto si en el
sufrimiento/no hay una pizca de belleza) de no saber distinguir las palabras de
las cosas, que hacen carambolas entre sí. Palabras cargadas de afecto como
papá/y mamá, junto a un inventario de especies de roedores. Todos juntos en la
mesa de disección, al decir de Lautréamont.
Como sujetos infectados por la mosca del lenguaje que somos, en la batalla permanente entre hablar y ser
hablado, Andrés nos propone la poesía como salida del laberinto.
En "Singapur"
el bestiario de figuras retóricas del lenguaje campea con naturalidad, junto a
la lógica. Donde una palabra nunca puede ser igual a sí misma, sin ser igual a
sí misma: Se murió la reina de Inglaterra/Pero se murió la reina de Inglaterra.
Con humor e irreverencia enfrenta la materia poética y la solemnidad de las
musas: se fue a otra hoja en blanco/para que lo trataran con dignidad.
Este
libro tiene el mérito de esperarnos con el hermoso espantapájaros de la poesía,
allí donde el comunicador exige el mensaje (porque leer en público/es ensuciar el
viento).
Andrés logra en "Singapur" que el mundo funcione según la arbitrariedad
del signo poético, donde la gravedad de la palabra no cae nunca por su propio
peso.
Estando en la calma chicha de una playa rural donde no llegaba señal telefónica alguna, se abrió una grieta que filtró el mensaje menos deseado.
Días atrás había soñado con él: quería saludarlo y me cortaba el rostro. Un sueño horrible que me permitió entender por qué en ocasión de cruzarlo en otra playa, no me atreví siquiera a saludarlo.
Hubiera querido contarle que me había casado un mes atrás con la mujer que amo, que en la pequeña y humilde iglesia en la que lo hicimos, la canción de bienvenida fue “Alma de diamante”.
Quizás ahora lo sepa.
13/02/2012
Leyendo
a propósito del sintetizador Moog, conocí a Wendy Carlos. Esta compositora de
música electrónica estadounidense nacida en 1939 tuvo dos circunstancias que
cambiaron rotundamente su vida: el papel que tuvo en la popularización de este
nuevo instrumento musical, y su decisión de asumir su identidad de
género autopercibida, lo cual la llevó a realizarse una operación de
cambio de sexo en los tempranos ‘70.
El
sintetizador Moog es un instrumento musical electrónico -inventado por el
ingeniero Robert Moog, circa 1964- que puede generar una gama de
sonidos infinitos a partir de señales eléctricas, lo que le permite adoptar
funciones de instrumento líder, de bajo y de sección de cuerdas. Su sonido
sintonizó bien con una época marcada por la conquista del espacio, el avance de
la tecnología y la ampliación de los límites de lo posible.
Este instrumento fue presentado en el festival de Rock de
Monterrey en el año 1967, donde varios músicos tomaron nota de la novedad. En
1968 Wendy Carlos se conoció con Robert Moog e iniciaron un intercambio que le
permitió al ingeniero mejorar el gigante e incómodo sintetizador modular, logrando
un modelo más práctico para la ejecución musical.
En el mismo año Wendy Carlos publicó el disco “Switched-on Bach”
(Conectadx a Bach), donde por primera vez se utiliza un sintetizador en
reemplazo de una orquesta. Haciendo un audaz cruce de géneros entre la música
electrónica y la música clásica, convirtiéndose en el disco de música clásica
más vendido de la historia con un millón de copias.
El uso del sintetizador Moog en este disco tuvo un impacto que
siguió cruzando fronteras. Podemos seguir el rastro de este impacto en la obra
de Stevie Wonder de inicios de los ’70, la inspiración que produjo en el
movimiento de rock progresivo, en el rock sinfónico y el rock psicodélico en
bandas como E, L & P, Yes, King Crimson, en otras bandas como The Doors,
Pink Floyd, los Rolling Stones y en los mismos Beatles. Ni que hablar del
Jazz-rock y jazz-fusión, donde fue pieza esencial en el proceso de
incorporación de los instrumentos eléctricos y electrónicos. Y fue determinante
en la evolución de la música electrónica en artistas como Kraftwerk, entre
muchos otros. En Argentina, Charly García fue uno de los primeros en utilizarlo
-con Sui Generis- en el disco "Pequeñas anécdotas sobre las
instituciones" (1974)[1].
Wendy
Carlos fue pionera, también, en el uso de voces artificiales (vocoder) que se
pueden escuchar en la espeluznante pieza musical que compuso para el famoso
plano secuencia aéreo en el comienzo de la película “El Resplandor”, de Stanley
Kubric. Para quien ya había compuesto parte de la banda de sonido de “La
naranja mecánica”.
Lo
cierto es que tras los primeros pasos de su carrera, a partir de la
popularización del sintetizador Moog que generó el disco “Switched-on Bach”, la
crisis personal que venía arrastrando respecto a reprimir su autopercepción de
género femenina, tocó fondo. Sintiendo que su vida no tenía más
sentido si no la vivía acorde a su identidad de género elegida, inició un
derrotero que la llevó a conocer al Dr. Walter Benjamin, uno de los primeros
médicos en realizar procedimientos quirúrgicos de cambio de género.
Tras
la operación que -al decir de ella- le salvó la vida, siguieron años de
ostracismo respecto de la escena pública hasta que decidió dar una nota en la
revista Playboy en el año 1979 donde dio a conocer su nueva identidad y brindó
un testimonio conmovedor respecto al padecimiento de una persona que desde
temprana edad siente que la identidad de género con la que la criaron, no se
corresponde con quien siente que es.
El enfoque de la revista en esta entrevista fue frívolo y
prejuicioso, tal es así que el periodista se obstina en llamarla con
el nombre de varón, previo a la transición. Sin embargo, es interesante una
pregunta que le realiza: -“¿Hay alguna analogía entre tu música y tu identidad
transgénero?”. La respuesta que da Wendy Carlos fue lúcida y
esclarecedora:-“Una sola cosa [es análoga entre ambas] y es que “Switched-on
Bach” en 1969 fue un buen barómetro musical, a la vez que la cuestión
transgénero en 1979 es un muy buen barómetro de actitudes sociales y
sexuales. Cuando “Switched-on Bach” recién salió, generó fuertes reacciones.
Aquellos que se sentían cómodos con todas las formas de la música, abiertos a
las novedades, lo amaron. La cuestión transgénero, también, es un tema que
genera fuertes reacciones, que tiende a polarizar a la gente, dependiendo de
las actitudes respecto a la sexualidad y los derechos humanos. En ambos casos,
no hay punto intermedio.”[2]
Así como el sintetizador electrónico rompió para siempre las
barreras de los géneros musicales preestablecidos, provocando manifestaciones
de rechazo de todo orden por alterar el status quo respecto a una forma de
tocar y escuchar música, la cuestión transgénero -con la posibilidad de desatar
el nudo religioso que ha unido el sexo anatómico con la identidad de género-
desde entonces ha generado las mismas reacciones, a
pesar del tiempo transcurrido. Sin embargo, parafraseando a Wendy, sigue siendo una cuestión de actitud frente al cambio y frente a los derechos humanos.
Tapa del disco, Conectadx a Bach"
Keith Emerson y el Moog
Charly García
Los Beatles
[1]Sin embargo en Argentina el primero que lo usó fue Palito
Ortega en “Yo tengo Fe” (1973). Y es el inconfundible sonido de la cortina
musical del Chavo del 8, “The elephants never forget” (Jean Jacques Perrey,
1970)
[2]Link a la entrevista
completa: http://transascity.org/files/history/Carlos_Wendy_Playboy_Interview_1979.pdf